jueves, 5 de noviembre de 2009

EL PODER DE LAS PALABRAS

Por Daisaku Ikeda
Una conversación sincera de vida a vida puede suavizar y derretir hasta corazones congelados.Tengo recuerdos intensos de encuentros con personas cuyas voces y palabras me han conmovido a través de los años. Uno de ellos que me viene en mente sucedió durante la visita a la región de Guilin de China, una bella tierra montañosa, con neblina y ríos.Caminando, nos encontramos con dos jóvenes muchachas de 15 ó 16 años, vendiendo hierbas medicinales cerca de un río. Ellas llevaban una cesta llena de hierbas e invitaban a los transeúntes con vibrante voz a comprar sus mercancías. "Ni hao (hola)" las llame. "Ni hao" me sonrieron: "Ofrecemos cualquier tipo de medicina. Escojan las que quieran."Sonreí del buen humor de ellas y pregunté: "¿Tiene algo para ponerme más inteligente?" Se quedaron sorprendidas, pero sólo por un instante: "lo siento, acabamos de vender el último."Nuestro grupo estalló en risas a esa ingeniosa respuesta y sentimos calidez como si una suave brisa primaveral nos hubiera rozado.
Como dice un proverbio chino: "Aun una simple palabra dicha desde la bondad puede entibiar el corazón en el peor invierno".Recuerdo con cariño que mi esposa y yo terminamos comprando hierbas como recuerdo y a veces me pregunto cómo estarán estas muchachas y sus familias.
Creo que el diálogo sincero de vida a vida puede suavizar y derretir hasta los corazones congelados. Hablar con alguien cara a cara puede cambiar la vida de esa persona y la vida de uno mismo.Hoy en día vivimos en medio de un diluvio de información desalmada. Mientras más nos apoyamos en una comunicación unidireccional, como lo es la radio, la TV o la comunicación escrita, más siento la necesidad de insistir en el valor del sonido de la voz humana.
La simple, pero preciosa interacción de voz a voz, persona a persona; el intercambio de vida a vida. Admiro a personas como el gobernador Frivaldo de la provincia de Sorsogon. Me dijo que a menudo se encontraba con su gente de igual a igual. Comparado con la facilidad de presentarse con una imagen artificialmente pulida, hacer este ejercicio puede parecer tedioso. Pero a través de sus pacientes esfuerzos, entiendo que el Sr. Frivaldo haya podido ganarse un verdadero respaldo y confianza.En una conversación cara a cara, el oyente puede formular preguntas o estar en desacuerdo con su interlocutor y esto puede provocar en él que a su vez se ponga a reflexionar sobre sus propios puntos de vista.
El proceso es dinámico y multifacético, creando goce mutuo y entendimiento.Por mi parte, me encanta hablar con todo tipo de gente de todas partes del mundo. Siempre aprendo algo nuevo y encuentro estimulante estar expuesto a diferentes maneras de pensar. Esta es una forma de nutrirse espiritualmente.Mi experiencia ha sido que no importa cuán fuerte puede ser la incertidumbre inicial o la hostilidad que otra persona pueda sentir hacia uno, si se acerca a ella con completa sinceridad y le dice la verdad, ésta le responderá invariablemente de la misma manera.Recuerdo haber sostenido un diálogo con representantes del Islam. Unos amigos trataron de convencerme que sería muy difícil pero sentí que no podíamos tener tales prejuicios. Nunca se sabe lo que se puede lograr antes de haber probado. Sugerí que el diálogo no tenía porque ser sobre la doctrina religiosa. Podríamos empezar hablando de los problemas que todos tenemos como seres humanos, enfocados hacía la cultura y la educación. También podríamos hablar del deseo de paz, algo compartido por la gente en todo el mundo.
Una conversación cara a cara puede parecer muy sencilla, pero en realidad es la más poderosa herramienta que tenemos para generar cambios positivos. Podemos intercambiar ideas en un nivel muy humano y personal con una base de respeto y fe en la bondad esencial del otro.Todos somos iguales y no hay nadie superior o inferior.El escritor francés Montaigne amaba el diálogo y siempre tenía una mente abierta. Él decía: "Ningún planteamiento me sorprende, ninguna creencia me ofende, no importa cuán opuesta pueda ser a la mía." Para él, el diálogo significaba la búsqueda de la verdad, encontrarla y abrazarla sin importar de quien viniera. Como tenemos dos oídos y una sola boca, quizás deberíamos escuchar dos veces más de lo que hablamos. Ciertamente si somos rígidos o prejuiciados nadie se acercará a nosotros con corazón abierto.A veces nuestros intentos para empezar un diálogo pueden ser menospreciados o ignorados.
Debemos recordar que el rechazo y las decepciones son inevitables en la vida y seguir intentándolo. Mantener un diálogo requiere de mucha paciencia y perseverancia. Necesitamos desarrollar un fuerte sentido del yo que nos permita ver claramente las emociones de la otra persona y acercarnos con calma pero progresivamente a sus corazones.El obstáculo más grande para un diálogo exitoso es generalmente el excesivo apego al propio punto de vista. Por ejemplo, un desacuerdo entre un padre y su hijo no puede ser solucionado mientras el padre ve las cosas como padre y el hijo como el hijo.Dentro de un diálogo genuino es mejor si podemos ver cualquier tipo de confrontación como otra forma de conectarnos.
Si padre e hijo pueden verse a sí mismos compartiendo un fin común, -lograr una familia unida- las cosas pueden cambiar sorpresivamente hacia lo mejor. Mientras más elevado sea el sentimiento que nos une, más podremos abrazar a los que difieren de nosotros y asegurar ese diálogo nos llevará hacia una salida fructíferaTanto si el problema viene de una sola familia o de una escala internacional, si los que están involucrados pueden ver las cosas desde una perspectiva elevada, con un propósito común, los engranajes del diálogo se dirigirán hacia una dirección positiva.Si más gente se dedicara a un diálogo de una manera definitivamente abierta, estoy seguro de que los inevitables conflictos de la vida humana conseguirían una solución más fácilmente. Los prejuicios dejarían camino al entendimiento y la guerra a la paz. El diálogo genuino resultará en la transformación de puntos de vista opuestos, transformando las brechas que separan a la gente en puentes que las unen.

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