Por DAISAKU IKEDA
Una vida constructiva y preocupada por los demás en la cual uno siempre es creativo, y avanza y abre a nuevos escenarios, es una vida verdaderamente sana.
La buena salud es un deseo universal de los seres humanos. Aunque uno tenga mucha riqueza y poder, esto es algo que, sin buena salud, no se puede disfrutar. La salud es nuestra más preciada posesión.
Es algo que sé por experiencia. Desde temprana edad sufrí por causa de una salud débil y con el tiempo contraje tuberculosis. Mis condiciones empeoraron tanto que a veces parecía ser que con suerte, tal vez, llegaría a cumplir 30 años.
Mi familia no podía costearse el hacerme ver de un médico para que recibiera un tratamiento regular y como además había una terrible escasez de comida, no podía alimentarme bien. Todo lo que podía hacer era tratar de cuidar mi propia salud, sobre la base de lo que encontraba en una revista llamada Consejero de Salud.
El haberme enfrentado a la posibilidad de una muerte temprana me permitió percatarme de lo valioso que es cada momento de la vida. Fue así que me determiné a lograr todo cuanto pudiera mientras estuviera vivo sin perder un minuto y ha sido gracias a mi enfermedad que me he visto motivado a extraer de cada día de mi vida el valor de una semana o un mes.
Me siento feliz de poder decir que recientemente cumplí setenta años y que gozo de buena salud. Pero me siento agradecido que mi propia experiencia de salud me ha ayudado a comprender los sentimientos de quienes están enfermos.
Además del dolor físico, los sentimientos de una persona enferma son siempre vacilantes. Las cosas más pequeñas pueden afectarlas y sus pensamientos muestran la tendencia a ser pesimistas. Quienes están enfermos siempre tienen que luchar contra el tormento, preguntarse a sí mismos sobre su enfermedad y sobre cuándo se recuperarán.
Siento que quienes están al lado de un enfermo deberían cuidarse de no contestar todas las expresiones de angustia con un “no te preocupes” o “no sigas”. En vez de siempre tratar de levantarle los ánimos al enfermo, escuche con paciencia lo que esa persona le quiera decir. Reconózcale sus temores. El sólo saber que lo que uno siente es reconocido suele ser de gran alivio. Esto tal vez sea más fácil de comprender para quien ha sufrido una enfermedad.
Debido a que la enfermedad puede forzarnos a que nos hagamos un examen de nosotros mismos, de nuestra propia existencia y de nuestra propia vida, puede ser que, en realidad, la enfermedad sea una importante y valiosa fuente de motivación. En la medida en que nos esforzamos por vivir y recuperar la salud, nos vemos ante la reflexión sobre preguntas tan fundamentales como “¿Vivir para qué?” y “¿Tener salud con qué objeto?”
Según las palabras de un escritor suizo: “Así como un río que fluye agita la tierra y enriquece los campos, la enfermedad agita y enriquece el corazón de todas las personas. Aquél que verdaderamente comprende la enfermedad y sobrevive a ella, se vuelve más profundo, más fuerte y más grandioso y, además, capta ideas y creencias que antes le eran incomprensibles.
La lucha con la enfermedad nos hace comprender la vida humana con mayor profundidad y nos capacita para que desarrollemos verdadera fortaleza interior. En este sentido, la enfermedad no es algo de lo que haya que avergonzarse. Lo importante es no permitir que la enfermedad nos robe lo mejor de nosotros.
Tuve el privilegio de conocer a Norman Cousins quien escribió varios libros sobre la enfermedad y sobre cómo sobrepasarla. Cuando Cousins tenía 49 años cayó presa de la enfermedad del colágeno, posteriormente cuando tenía 65 años, padeció de una enfermedad cardíaca. A pesar de ello, logró sobrepasar ambas enfermedades y regresar del umbral de la muerte.
Cuando fue atacado por la enfermedad del colágeno, su médico le dijo que sólo tenía una entre quinientas posibilidades de recuperarse totalmente. La reacción del señor Cousins, según aparece en su obra Una anatomía de la enfermedad fue: “Me quedó muy claro que si yo iba a ser ese uno entre quinientos, lo mejor sería que me decidiera a no limitarme a ser un observador pasivo.”
Con la captación y cooperación de su médico, Cousins logró probar un extraordinario nuevo tratamiento. Como resultado, resultó ganador al vencer una enfermedad que, por lo general, es fatal. Aunque su médico cooperó con él y lo ayudó, fue la gran fuerza de su voluntad de vivir lo que en realidad produjo este “milagro”.
Otro punto que el señor Cousins destaca es que, a pesar del hecho de que nuestro cuerpo está dotado, de un modo natural, de fuertes poderes autocurativos, demasiados pacientes toman la decisión de que no está en sus manos curar su enfermedad.
A este respecto el señor Cousins escribe lo siguiente: “He aprendido a jamás subestimar la capacidad de la mente y el cuerpo humano para regenerarse, aun cuando las perspectivas luzcan desastrosas. La fuerza vital puede que sea la fuerza menos comprendida en el mundo.”
Así solía decir el señor Toda, mi maestro, el cuerpo humano es como una gigantesca industria farmacéutica, capaz de producir el medicamento requerido para combatir cualquier enfermedad. El señor Toda comprendió que la medicina moderna apenas está comenzando a hacer uso de los extraordinarios poderes curativos del cuerpo y la mente del ser humano.
Más que nada, creo que es la esperanza lo que libera estos poderes curativos. Esto es algo que cada persona puede hacer brotar desde adentro. Si las personas que están cerca de un paciente son optimistas de un modo natural y no forzado, esto puede también ayudar a guiarlo hacia la esperanza, hacia la vida y la recuperación. La influencia que ejercen unas personas sobre otras, toma formas imperceptibles y hay una especie de “fuerza gravitacional” en las emociones.
De igual modo, para que un tratamiento médico funcione debe haber una relación de confianza entre el paciente y su médico. Los seres humanos no somos máquinas y el tratamiento para una enfermedad no es equivalente a la reparación de una pieza de un equipo mecánico. Desde tiempos ancestrales el budismo ha enseñado que el cuerpo y la mente, y que el individuo y la sociedad están profundamente interconectados y, hoy en día, más y más personas se están dando cuenta que los aspectos psicológicos y sociológicos de la salud no pueden ser ignorados.
Creo que la sabiduría es un factor clave para mantener la salud y para prevenir las enfermedades antes de que ocurran. De igual modo, en mi opinión, si uno comienza a sentir que ayudar a los demás es una carga, tanto nuestra mente como nuestro cuerpo pueden estancarse y volverse vulnerables a la enfermedad.
Si yo tuviera que proponer cuatro principios básicos para la salud, éstos serían los siguientes: 1) Descansar y dormir lo suficiente; 2) Caminar regularmente; 3) Evitar el enfado y el mantenerse enfadado y 4) No comer demasiado. Aunque esto pueda parecer simplista, son aspectos muy básicos y muy importantes.
La salud es mucho más que, simplemente, no enfermarse. Es un estilo de vida pleno de sabiduría, balance y esperanza, una vital armonía de cuerpo y mente. Una vida constructiva y preocupada por los demás en la cual uno siempre es creativo, avanza y abre a nuevos escenarios, es una vida verdaderamente sana.
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